Una anécdota sucedida hace una década en la Royal Opera House muestra el carácter de Joyce DiDonato.
Representando a Rosina en El Barbero de Sevilla en Londres, la mezzosoprano se quebró una pierna después de cantar una de sus arias insignia, “Una voce poco fa”. Yeso y silla de ruedas fueron parte de la receta tras llegar, una vez que terminó de cantar la ópera completa, a un centro médico.
¿Iba Joyce DiDonato a cancelar su presentación por eso? Claro que no. ¿Había manera de que todo continuara según se había planeado y ensayado? Tampoco.
Existía un gran problema. En esta producción el piso del escenario se eleva y se balancea de un lado a otro con los cantantes encima, a tono con la confusión al cierre del primer acto. ¿La solución? Una de las improvisaciones más famosas de los últimos tiempos en el mundo operístico. Así lo advirtió el maestro Antonio Pappano a la audiencia al inicio de la siguiente función: lo que van a ver es completamente improvisado y no sabemos cómo va a salir.
Joyce completó las funciones en silla de ruedas, enyesada, al pie del escenario, interactuando con el resto del elenco como nunca lo habían practicado antes y logrando que todo fluyera de una manera tan natural que casi parecía lógico que el director de escena hubiera escogido que Rosina, esa mujer llena de juventud, amor, energía y fuerza pero doblegada por su vetusto tutor, expresara la castración de su vida en una silla de ruedas que le cortaba los movimientos y la excluía del resto.
Esa misma Joyce estaba sentada en una esquina de un pasillo del Teatro Real de Madrid el pasado otoño cuando recibió la pregunta de rigor: “¿Es usted Joyce DiDonato?”. Y después de cruzar unas palabras recibió una oferta inesperada: venir a Costa Rica a dar una master class. “Por supuesto que me gustó la idea, nunca he estado en Costa Rica”, dijo esta estrella de la ópera a El Financiero mientras descansaba con su familia en California y se preparaba para su presentación en el Festival Napa Valley, donde tenía previsto cantar tanto “Cruda Sorte”, de La italiana en Argel (Rossini), como “Granada” (Agustín Lara).
Ganadora de varios premios Grammy, esta especialista en Händel, Mozart y Rossini también tiene prevista una presentación en el Teatro Nacional de Costa Rica el viernes 18 de julio.
Pero esta entrevista no es para hablar de los Grammy, Händel, Mozart, Rossini o el concierto en el Teatro Nacional.
Esta entrevista se pactó para explicar cómo Joyce DiDonato (Kansas, 1969), pudiendo vivir como quisiera vivir, disfrutando del éxito, repartiendo su tiempo entre las grandes capitales artísticas del planeta para ser tratada como la estrella que es, decide dedicar parte de su tiempo a cantar con prisioneros, a desarrollar proyectos que promueven la protección del ambiente y a enseñar a ser mejores a estudiantes de canto en países como Costa Rica. ¿Por qué hace eso? ¿Cuál es el mensaje que quiere dar? ¿Cuál visión la inspira?

Entiendo que su concepto de “vocación de servicio” fue fundamental en su formación. ¿En qué momento se dio usted cuenta de que su voz, además de llevarla a los escenarios más importantes del mundo, es una poderosa herramienta para el cambio social?
Al terminar la universidad planeaba ser profesora de música y de canto. Vi una gran necesidad de educación artística porque trabajaba en una escuela con bajos recursos. Había mucha pobreza, mucho abuso y muchas dificultades en la vida de estos niños, y me sentía muy culpable por dejar esa escuela como profesora para ir a los ensayos de ópera.
Me sentía muy desconectada y la ópera, el escenario donde me encantaba estar, me parecía muy indulgente en comparación con el trabajo que veía durante el día en la escuela. Le pregunté a mi padre qué debería hacer, porque sentía que debía estar en el aula, pero me encantaba estar en el escenario. Y él me dijo: “Joyce, hay más de una manera de educar y cambiar la vida de las personas”. Es decir, no solo ocurre en la escuela, puede ocurrir en cualquier lugar con la intención correcta. Y así, me di permiso para subir al escenario, el lugar que tanto amaba. Pero lo que siempre me ha motivado no son los focos, ni los aplausos, ni las flores, aunque los disfruto mucho, sino usar el poder de la música para realmente generar un cambio en la vida de las personas.
Su carrera podría fácilmente consistir solo en aplausos en Viena, Nueva York o Milán. Sin embargo, decide dedicar una parte importante de su tiempo a las prisiones, impartiendo clases magistrales y proyectos ambientales como EDEN. ¿Qué le ofrece a Joyce DiDonato, la persona, entrar en una prisión para cantar que no se lo ofrece la Metropolitan Opera House?
Esa es una muy buena pregunta (piensa por unos segundos). Humildad total. Sí. Cuando voy a una prisión o a un campo de refugiados, veo un segmento de la población con el que rara vez me encuentro en mi vida diaria, y ciertamente no lo veo en los escenarios de la Metropolitan Opera. En general, veo una población que no ha tenido el mismo nivel de oportunidades que yo, la misma suerte que tuve de nacer como nací. Y veo claramente cómo la música los afecta profundamente. El programa se centra en dar a estos hombres encarcelados la oportunidad de crear música y aprender a tocar instrumentos. Y solo por estar en ese espacio, veo un nivel muy diferente de compromiso y necesidad en estos hombres de experimentar, crear, interpretar y estar rodeados de música. Es literalmente un salvavidas para ellos.
En mi vida diaria, trabajo con jóvenes cantantes o con Yannick Nézet-Séguin (director musical de la Metropolitan Opera) y siempre nos esforzamos mucho por alcanzar la perfección. El debate se centra en si Mozart quiso decir esto o aquello. Es un trabajo importante, y no lo estoy menospreciando, pero olvidamos el privilegio de hacer música y de que nuestras vidas estén rodeadas de música. Olvidamos lo nutritivo y necesario que es para el espíritu humano porque pensamos “a los críticos quizá no les guste” o “espero tener éxito”. Y cuando estoy en prisión, miro a los ojos o estoy junto a alguien que canta, por ejemplo, Pur Ti Miro de Monteverdi, veo la necesidad de que formen parte de esto.
Es como oxígeno para ellos. Me llena de humildad y me devuelve al escenario con una sensación mucho más profunda de lo poderosa que puede ser esta música.
En un mundo tan polarizado, usted habla de la música como un puente. Al trabajar con personas encarceladas, ¿qué ha aprendido sobre la capacidad del arte para derribar barreras, no solo las físicas, sino las que existen entre seres humanos y vidas tan diferentes?
Lo hermoso de hacer música juntos es que no eres blanco o negro, hombre o mujer, encarcelado o libre, eres músico. La primera vez que hice esto fue hace unos 10 años. La primera vez me asombró lo rápido que nos unimos a otros profesores y a 25 hombres en este programa de música. En cuestión de minutos, ya no estábamos en posiciones opuestas. Simplemente estábamos haciendo música juntos.
Y al trabajar con ellos, era exactamente el mismo tipo de trabajo que hago en mis clases magistrales y con cantantes con años –y a veces décadas, de formación–. Y eso por sí solo crea una humanidad compartida, donde las etiquetas desaparecen, donde las divisiones se desvanecen y tu única prioridad en ese momento es hacer la mejor música posible.
Me enseña a ver a cada ser humano como algo más que su historia, sus errores, sus fracasos o sus circunstancias. La primera vez que me presentaron, me presentaron como una gran ganadora del Grammy y cantante de ópera. Podría haber sido un extraterrestre, ¿sabes?, al entrar en ese entorno y cantar. De alguna manera, podría haber sido extraterrestre. Y, sin embargo, al ir allí y cantar la música que ellos habían escrito para mí y unirme a ellos, recordaron su humanidad y la dignidad con la que creo que todos nacemos. Una dignidad inherente que nos pertenece.
Y eso es extremadamente poderoso y, repito, conmovedor. Es extremadamente poderoso presenciarlo. La dificultad surge cuando nos vamos, subimos al autobús y tienen que volver a sus celdas; es un momento doloroso para todos. Pero ese despertar de su humanidad a través de la música tiene un gran efecto y transforma sus vidas.
En su proyecto EDEN usted conecta la música con la conciencia ambiental y concluye entregando semillas de plantas en el público. ¿Cuál es la semilla de esperanza o cambio que espera sembrar en la conciencia de los jóvenes talentos de Costa Rica?
Tengo la sensación de que probablemente yo recibiré más de la experiencia que ellos, pero lo que me encanta hacer cuando enseño es darle al estudiante, al cantante, la oportunidad de ser el músico que siempre ha soñado, el intérprete que siempre ha soñado.
Lo que suele ocurrir con los cantantes clásicos, debido a que el trabajo y las exigencias técnicas son tan grandes, es que pueden empezar un programa llenos de alegría y amor por el canto y, al poco tiempo, solo se concentran en lo que hacen mal, en lo que aún no es bueno, en todos sus defectos, porque tenemos que abordarlos para mejorar, y es muy fácil que un cantante joven olvide por qué ama cantar.
Y me encanta recordarles que no se trata de la perfección, aunque trabajamos continuamente para lograrla. No se trata de la perfección, sino de la experiencia de superar la dificultad, de compartirse tal como uno es en cada momento, incluso si aún no es perfecto.
¿Qué le diría a un empresario o profesional en Costa Rica que lea esta entrevista y que podría pensar que le falta tiempo o recursos para el voluntariado? ¿Qué le diría sobre el “retorno de la inversión” a nivel humano y espiritual que ha encontrado en estas actividades?
En mi experiencia, supera cualquier reconocimiento, cualquier premio. Si tuviera cinco minutos contigo y me pidieras que hablara de mis premios Grammy o de mi trabajo en Sing Sing [la cárcel con la que Joyce DiDonato trabaja, en Nueva York], hablaría de Sing Sing porque es muy enriquecedor y los premios son muy efímeros: un año puede que lo consiga, al siguiente puede que no. ¿En qué estado se encuentran esas interacciones humanas?
Y si tienes la oportunidad de influir en la vida de alguien de una manera profundamente positiva, eso continúa y tiene un efecto dominó. Afecta a muchos otros elementos que probablemente nunca conocerá. Algunos de estos hombres con los que he cantado en Sing Sing han sido liberados. Y esto es muy interesante porque, de los hombres que han pasado por este programa y han sido liberados, ninguno ha vuelto a prisión. Han encontrado una manera de transformar sus vidas. Y luego piensas en las personas, los familiares de esos hombres que han sido liberados, los hijos, las esposas, que ven a una persona transformada al regresar. Eso afecta a ambas vidas.
Luego pueden ser contratados y pueden ir a trabajar, y lo hacen de una manera significativa, impactando a otras personas. Para mí, esto es la verdadera señal de una vida profundamente satisfactoria y con un profundo significado. No creo que nadie se arrepienta jamás de dedicar tiempo a ayudar profundamente a alguien. Sí, lo vale.
Mirando hacia el futuro de su carrera y su activismo, ¿cuál es el próximo muro que le gustaría derribar o la próxima semilla que le apasionaría cultivar a través del arte?
Creo que seguir evolucionando de maneras sorprendentes, porque hace un año comencé a trabajar en un proyecto que se materializará en agosto y lo estrenaremos. Trata sobre la poesía de Emily Dickinson. Era una reclusa. Nunca salió de casa y publicó muy pocos poemas en vida, menos de diez. Y, sin embargo, cuando murió, encontraron 2.000 creaciones extraordinarias en su habitación y se convirtió en la poeta estadounidense más venerada. Y nadie sabía de ella en vida. Y eso me impacta, y estoy trabajando en un nuevo proyecto de Kevin Puts [compositor norteamericano]. Me impacta el poder del ser humano al crear solo para sí mismo, no para hacerse viral, ni para conseguir un millón de visitas en YouTube, ni para hacerse famosa en Instagram de la noche a la mañana, sino simplemente para comprender mejor su lugar en el mundo.
Creo que crear algo para uno mismo es un acto de humanidad muy revolucionario, activo, audaz y extraordinario, sobre todo ahora que estamos presenciando esta enorme explosión de inteligencia artificial y de dispositivos que lo harán todo por nosotros. Creo que si no nos volvemos extremadamente creativos en este momento, habrá una inmensa tristeza en todo el mundo.
Creo que el verdadero poder creativo será clave para que podamos navegar por el mundo tan complejo que estamos viviendo.